
Nada de lo que voy a contar aquí espero que sirva de excusa, pero toda historia necesita su contexto: verano de 2019, unas cuantas Leffes sobre la mesa, mi ordenador y yo. Tras verlo muchas veces, tras reiterarme hasta la saciedad que no me convenía, decidí ir a verle. Como os podéis imaginar, esos pensamientos venían de un tiempo atrás, de haberlo visto por la calle y, de poco a poco, ir teniéndolo más presente. Siempre me decía que no, que me había prometido que no lo haría, que realmente no lo necesitaba y, sobre todo, que no era el momento adecuado para hacerlo.
Bien, volviendo al verano de 2019, esa tarde me decidí finalmente en ir a por él, lo necesitaba (o eso creía). Lo que no sabía es que esa decisión me iba a implicar una consecuencia nefasta, iba a traicionarme a mí misma y a él. Bueno, para ahorrar redoble de tambores: lo hice, fui a la tienda y lo compré.
Perdona, ¿y esa cara? No te veo, pero me imagino cómo acabas de arquear las cejas. ¿De qué te creías que estaba hablando? Yo de un bolso de marca de lujo, ¿y tú? Vaya, qué rápido vuela la imaginación… Aunque bueno, posiblemente por haberte hecho imaginar que hablaba de unos cuernos de una persona a otra ha sido por lo que has seguido leyendo esta historia.
Lo lamento, pero la salsa rosa no es mi especialidad. El problema es que es muy difícil concienciar hoy en día sobre la importancia del ahorro y planificarse bien en las finanzas personales, así que he tenido que tirar de juego en la narración. Perdónenme los lectores asiduos.
Ahora que ya te he decepcionado, te cuento por qué esto fue una infidelidad: aquel bolso no lo necesitaba, claro que no, pero quería comprarlo, era uno de los caprichos que había puesto dentro de mi lista de objetivos en el trabajo. Hasta ahí nada malo. El problema es que, aunque había cumplido el objetivo para hacerlo, también me había marcado un ahorro mensual que con la compra del bolso iba a descuadrar.
Se habla mucho, sobre todo en Twitter, del llamado “lonchafinismo”, de vivir por debajo de tus posibilidades, de no ir a restaurantes en el trabajo y llevarte tupper… Yo nunca defenderé esto, pero mucho menos lo contrario, eso de vivir por encima de lo que realmente puedes permitirte me parece una locura. A lo que yo me refiero es más sencillo: yo en mi trabajo me pongo objetivos, metas que tengo que cumplir para saber que estoy dando el Do de pecho. Si cumplo esos objetivos me premio, así de fácil (me premio yo porque es mi empresa, no tengo un jefe que me pueda dar una palmadita en la espalda).
Hubo meses anteriores en los que podía haberme dado ese capricho, pero precisamente no lo hice porque me había marcado ese tramo de ahorro. ¿Por qué ese mes decidí saltármelo? Es verdad que no hay que ser la persona más estricta en el mundo con estas cuestiones, pero sí respetar lo que uno mismo se marca. Ya que, al final, nadie conoce mejor sus capacidades que uno mismo.
Por lo tanto, el problema no es el bolso, el problema no es que ese mes se hubiese dado bien, el problema es que me fallé. Eso me podría haber hecho saltarme mis propias reglas financieras que algún día te contaré, pero no, me fallé esa vez, y aprendí la lección. Al igual que si intentas dejar algún vicio, como el tabaco, el hecho de decir “por uno no pasa nada”, pasa, y la acabas liando; pues aquí, igual.
A los pocos meses recuperé la tasa de ahorro que había venido exigiéndome tiempo atrás y repuse lo que me había supuesto el bolso. No obstante, lo que más caro me salió fue el aprendizaje: es cierto que una infidelidad acaba aportando más dolor que satisfacción.